¿Cuántas veces hemos oído a nuestro alrededor o hemos dicho sobre nosotros mismos las palabras “qué desastre”? En ocasiones es referido a nuestra casa (armarios, trasteros, despensas), otras a la economía doméstica (gastos, facturas, papeleo), a nuestra vida digital (discos duros, dispositivos móviles, almacenaje en la nube, redes sociales) o incluso a la organización y gestión de nuestro tiempo.
Es fácil atribuir las causas del “desastre” a factores diversos. Cuando no es por falta de espacio se trata de falta de tiempo, ganas o dinero. También es fácil culparnos por nuestra forma de ser, “soy muy desordenado”. O incluso involucrar a otras personas, “mi marido es muy desordenado”.
Evidentemente, no siempre se puede luchar contra estos elementos, pero la mayoría de las ocasiones podemos paliar notablemente sus efectos mirando un poco más allá de lo que nosotros creemos la raíz del problema.
Sin gastar dinero y con muy poco tiempo podemos dar la vuelta a nuestro hogar y, en definitiva, a nuestra vida. El proceso para llegar a ese bienestar se compone básicamente de estos tres pasos:
- – deshacernos de objetos y mobiliario inútiles
- – introducir elementos que potencien y refuercen nuestras actividades cotidianas y nuestras preferencias
- – adecuar los espacios a su uso real
El “orden” y el “desorden” son conceptos relativos, cambiantes para cada persona y diferentes para cada espacio. Por eso es importante identificar cada problema en función de las personas que interactúan con el entorno a través de sus preferencias, necesidades y actividades cotidianas.